sábado, 6 de julio de 2013

Un árbol es un hombre.

Era una noche de esas de Invierno. De esas en las que la música es el silencio y el silencio es la música. Una noche en la que el viento peinaba con celos las últimas hojas que quedaban de los árboles.

En la boca del bosque, justo en medio de él, se encontraba un árbol. Pero no un árbol cualquiera. Éste era un árbol enorme, aunque muy desgastado ya. Era el árbol más viejo del bosque, pero no por ello el menos hermoso. Era la fuente de sabiduría del bosque, el que daba lecciones sobre la vida en el bosque a los demás árboles, el que se las sabía todas, y sino, se las inventaba.

Los árboles jóvenes no lo respetaban, se reían de él por sus años y por las pocas fuerzas que le quedaban. El árbol se entristecía al ver que la nueva generación era totalmente diferente a la suya, ya que eran muy irrespetuosos con él. Solo lo querían cuando necesitaban hojas para llevar su copa más bella, y él, aún sabiendo que no lo respetaban, se las arrancaba como podía, con todo su esfuerzo y se las daba.

Un día indeseado llegaron unos individuos armados con hachas, ya que pensaron que era la hora de que el árbol se marchara del bosque, los demás árboles hicieron lo que podían, pero estos individuos no tenían piedad, y llegaron al centro del bosque, donde se encontraba el árbol más grande de todo el bosque. Mantuvieron una lucha encarnizada, en la que hachazo tras hachazo iban destruyendo los recuerdos del árbol, su sabiduría, tantos años no le habían servido para nada. Poco a poco lo fueron derribando, y cuando al fin lo consiguieron, llevaron sus restos a un descampado, donde lo quemaron e hicieron leña de él.

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